sábado, 5 de abril de 2025

Las manos de mi madre


Autor: Alfredo Espino


M

anos las de mi madre, tan acariciadoras,
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras.
¡Solo ellas son las santas, solo ellas son las que aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan en ellas!

Para el ardor ingrato de recónditas penas,
no hay como la frescura de esas dos azucenas.
¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias
son dos milagros blancos apaciguando angustias!
Y cuando del destino me acosan las maldades,
son dos alas de paz sobre mis tempestades.

Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas,
porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas.
Para el dolor, caricias; para el pesar, unción;
¡Son las únicas manos que tienen corazón!
(Rosal de rosas blancas de tersuras eternas:
aprended de blancuras en las manos maternas).

Yo que llevo en el alma las dudas escondidas,
cuando tengo las alas de la ilusión caídas,

¡Las manos maternales aquí en mi pecho son
como dos alas quietas sobre mi corazón!

¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas!
¡Las manos de mi madre perfuman con terneza!








Manos de mi Madre


Autor: Julio Flórez

¿

Manos que en el crespón de la tiniebla
de la noche insonora
pálidas flotan como airón de niebla!
¡Oh, las manos difuntas
de la triste señora,
de la madre doliente
que ha tiempo no responde a mis preguntas!
¡Oh manos que existieron solamente
para elevarse a Dios y vivir juntas!

Manos hechas de amor, adoloridas,
sangradas sin cesar por los abrojos
de las ajenas vidas.
Que nunca hubieron de ocultar sonrojos,
que en el mundo cerraron mis heridas
y que se fueron sin cerrar mis ojos.

Oh manos aguzadas
por el dolor y la piedad... divinas
manos que vi a menudo entrelazadas
cual si una de la otra, acaso por lo finas,
siempre hubiesen estado enamoradas.

Manos claras, radiosas,
que siempre aleteantes y piadosas,
esparciendo un frescor de esencias vagas,
posábanse cual níveas mariposas
en los rojos claveles de las llagas.

Manos alabastrinas,
frágiles y pequeñas,
cuyos dedos de raso
en la noche del mal llena de espinas,
me llamaron por señas
y enderezaron mi torcido paso.

Manos claras, serenas,
azuladas apenas
por la red de las venas,
que parecían, al tocar las cosas,
por encima, azucenas;
y por debajo, rosas.

Manos sabias, prolijas,
que mi sudor secaron en la cuesta
que me tocó subir... Manos de santa
que nunca entorpecieron las sortijas,
y en mi noche más lóbrega y funesta
trizaron la blasfemia en mi garganta.

Desde la eternidad donde cual una
tenue gasa de luna
flotáis, manos queridas
que nunca hubisteis de ocultar sonrojos
y en el mundo cerrasteis mis heridas,
volved, ¡oh manos!... ¡y cerrad mis ojos!









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