Autor: Alejandro Romualdo
J
osé Carlos Mariátegui, en la tierra, en el cielo,
en las manos fecundas de los trabajadores,
se afirma cada vez más el árbol de nuestros sueños,
y el árbol de nuestros sueños da frutos en toda esta.
Tú colocaste la primera piedra
de una alegría colectiva.
Pusiste alas seguras a todos nuestros deseos.
Trazaste el vuelo puro de la dicha posible.
Tu ciencia es nuestra ciencia:
la ciencia de la hoz, la ciencia del martillo,
la ciencia invulnerable de los trabajadores,
la teoría que vive la vida de la vida.
Felicidad de ojos claros, dicha de labios dulces:
a la altura del cerebro el corazón se eleva.
Y el futuro del hombre abre todas las puertas
que van a dar al centro de la felicidad.
No importa la calumnia. No importa la mezquindad.
La verdad que sostiene la casa de los pobres
es una verdad que nos ampara y nos fortifica.
Nosotros somos la vida. Nosotros somos la alegría.
La estrella de la razón conduce a una vida nueva.
Los milagros se apoyan sobre la hoz y el martillo.
Y el sueño de los hombres se cumple perfectamente.
José Carlos Mariátegui: la verdad que enseñaste,
la verdad que nos iguala y nos perfecciona,
ha llegado hasta el fondo de las minas,
como una lámpara maravillosa.
Como una lámpara maravillosa que cumple nuestros deseos,
que enciende la razón, que deslumbra con su poder.
José Carlos Mariátegui, puño y letra del pueblo,
la primavera crece y se funda en nosotros.
Nosotros somos todos los deseos del hombre.
Y tú estás con nosotros, como ayer, como siempre.
Os invito a pensar en esa muerte
Autor: Juan Gonzalo Rose
A
migas, amigos,
¿hay algo más doliente
que la muerte de un hombre verdadero
cuando aún su estación dictaba frutos?
Ya sé, resulta fácil, a veces,
sólo a veces,
cuando alguna amargura el corazón nos colma,
marcharse a ver el mar...
¡Pero qué mar, amigos,
es tierra del olvido, o del consuelo,
para la muerte de este hombre? ¡Qué mar!
Unidos meditemos esta ausencia
ocurrida en el reino de la especie
y en la hora de la pérdida más honda.
En verdad, os digo,
no ha debido morirse José Carlos;
al menos, no tan pronto;
y sin embargo,
cualquier fecha en que se hubiere muerto,
habría sido demasiado pronto.
Lo contemplo pasar
—silueta del combate sin permuta—
en estampas distintas.
Y lo cierto, no sé cuando parece más Mariátegui:
sí uniendo a los obreros en torno de la causa del obrero,
si ejerciendo solares magisterios en Universidades Populares,
si hablando a los poetas de su misión profunda,
o si
sencillamente
es más Mariátegui
sentado
frente a su máquina de escribir,
redactando en el linde de la aurora
los temas de la aurora,
los cantos de la aurora,
las humanas razones de la aurora.
Oigo su voz, amigos,
enseñando entre máquinas y estrellas
las letras del amor elemental:
del amor del oprimido al oprimido,
del amor del diente por la harina blanda,
del amor de la luz por la ventana,
del amor del patrón por el verdugo,
del amor del gerente por el poeta puro.
Amigos, él es nuestro Lenín.
Sólo le falta su octubre rojo;
pero con cada día que transcurre,
octubre está más cerca de su víspera.
Mariategui
Autor: Álvaro Yunque
C
omo eras hombre, tu arte fue humanista.
Lo trabajaste a modo de un acero:
Tu amor, la llama y tu odio de utopista, martillo forjador. Fuiste un obrero.
Fuiste un obrero del dolor humano: La roja pluma de dolor sedienta
con fuerza asiste y con honrada mano,
y en tu mano la pluma fue herramienta.
Mandato y Símbolo
Autor: Luis Nieto Miranda
A
HORA, compatriotas, pobladores continentales,
hombres de América, hermanos míos:
levantemos su nombre
con nuestras pobres vidas sin sosiego,
coloquémoslo al borde de los sueños terrenales,
cerca de la lágrima, por encima del grito,
exactamente donde comienza el día,
para que alumbre como el sol que lo queremos,
para que sea la primera palabra buena
que duerma y que sonría
en el convulsionado corazón de los hambrientos.
Luego, camaradas universales,
marchemos junto a él, poderosos y altivos,
deshojemos nuestro cariño
en el claro sendero que trazó su mirada
y que conduce a la fogata
que se levanta en el corazón volcánico de los obreros.
Y escuchemos su voz. Esa voz donde transitan
todas las pesadumbres del hombre,
donde se timbran los metales
de la nueva mañana que aman nuestros pueblos.
Marchemos junto a él,
que él ya nos llama desde la otra orilla
agitando su bandera quemada en los combates.
Hagámonos un dulce abrigo con su mirada.
Levantemos coraje con su presencia.
Enarbolemos su palabra de siglos
que viaja en el ala de los cóndores
hacia el territorio acribillado donde hay pobres
que aman, que sueñan, que pelean.
JOSE CARLOS, Maestro y símbolo,
escritor y guerrero,
capitán de nuestras esperanzas,
ciudadano del mundo:
el eco de tu voz ya está poblando todos los caminos
y América se despierta con tu nombre en la garganta
y un fusil en cada mano!
Desesperanza y Angustia
Autor: Luis Nieto Miranda
O
BRERO camarada: tú lo sabes mejor que yo,
porque murió en tu ser,
en lo más hondo de ti mismo,
de bruces en tu dolor.
¡Acribillado sobre tu pecho lo sentiste morir!
Todos los días al despertarte para la angustia,
al apagar tus albas desveladas,
al contener tus ansias iracundas
que crecieron constantes hora tras hora,
golpeando las puertas fatigadas de tus ojos
lo sentías llegar y tenderse, largo a largo,
sobre tus andrajos y los años.
Desde entonces,
desde el luto ilimitado de tu vida,
te miras desconsolado
y recorres los negros muros de tu silencio,
sin saber qué decirte,
sin siquiera hacer callar tu corazón.
Murió al pie de tu esperanza,
precisamente al pie de tu miseria humilde,
aferrándose como nunca,
como jamás nadie lo había hecho,
a las espantosas raíces de tu desventura.
Murió para que tú comprendas
cómo se vive de una vez y para siempre.
Ardió su leño fraternal, clamó su lágrima,
exactamente como para enseñarte
el símbolo que increpa y que levanta,
esa escritura que despierta a los pobres
y les enseña el evangelio que enfurece los puños.